1 mar 2013

ESCRIBIR PARA SER ENTENDIDO



      Espero no hayan mis familiares y conocidos dado a completo olvido aquellos para mí bienquistados ratos de finales del año de 2012, en que departíamos sobre mis pocas letras y sus pubescentes veleides, sin el provecho, por desventura, de que acertáramos mal que bien a comprenderos uno y otros más por derroteros de profundidad. 

Y aun cuando soy poco afecto a la confección de libelos en mis nada presumidos solaces, bien será que adjudique, así, por corto espacio, algo de mi cavilosidad a cierto índice que como pocos otros ha amenizado desde muy antiguo la férvida disertación de los literatos de aquende y allende. Aludo, a saber, al hecho de escribir a instancias del lector o, bien al contrario, hacerlo a su prescindencia. Litigioso es, sin duda, el tantas veces mentado pero tan pocas dado a colmo voto por la legibilidad. Hay libros caudalosos y hay piedras de escándalo, hay pugilato y brillazón de espadas; hay, en fin, cuanto quepa en un libro mundo a tenor de este tema. Y aún y todo, no sería descabal estatuir que, incluso andando mucho en el tiempo, la disimilitud de posturas prevalecerá hasta un confín de infinito. El común ruego del lector, diría yo, permanecerá acomodaticio, frente al cual el escritor opondrá entretanto y sin excepción sus prendas y eminencias. Pero, dicho sea entre paréntesis, ¿qué es un lector? Y más aún, ¿qué es un escritor? Una caracterización al fin de este nunca conciliable maridaje, me parece, descuella sobre toda otra: lector es quien espera ser complacido y aún ratificado en esas cosas meras que ya conoce; el escritor, en cambio, escribe para leerse y así exorcizar sus orgullos; y así poner coto al ensoberbecimiento creador frente al cual nada es, en puridad, sinónimo de satisfacción. El lector inquiere por el mensaje de una obra, y el escritor contesta que su oficio no es el de mensajero. Puédanse observar los simpáticos sones que Goethe menudeó en tiempo a tenor de este tema (Epigramas domésticos, I, §2):
         
¿Por qué quieres alejarte de todos nosotros y de nuestro parecer?
Yo no escribo para haceros grato lo que debéis aprender.
           
El lector permanecerá acomodaticio, sí, porque la comodidad que siempre ha querido es en justa lógica presumible que la siga queriendo; como justo es que estilar un castellano sobrevenido de los padres, prohijado de ellos, displacerá a quien acostumbra a leer mal traducidas obras, y es indistinto si éstas lo han sido del inglés, de un griego hexamétrico o de endecasílabos toscanos. Nada digno de lectura, y a digno le cabe aquí ser sustituido por difícil, puede ser a una misma vez, so pena de ir a parar en trivialidades, dócil. El inconcretable oficio del escritor, poco o más bien nada amigo de las preceptivas, consiste a menudo en levitar con pies de bailarina por encima de lo que habría de ser escrito, para maniobrar sus prófugos pensamientos y erotismo en pos de cuanto ciertamente circunda a ese “habría de ser”; voz condicional que en suma ha de perdurar intocada, pues es en su negatividad donde entraña el libre juego de la escritura. Marguerite Duras dice que el escritor devela y oculta, yo rectificaría este sentir postulando que además de ocultar, el escritor se oculta.