13 feb 2016

La vulnerabilidad de una estatua griega

Moverse en los límites de lo extraordinario requiere, y esto es especialmente cierto en el plano de las relaciones humanas, que estemos abiertos a la desnudez, y aun cuando desnudarse sea equiparable a un momento de absoluta indefensión, no es menos cierto que en la ridiculez de un alma despojada, desposeída de todas sus espurias vestiduras, radica tanta honestidad como vulnerabilidad. Y de aquí resulta esa fascinación tan frecuente que los descreídos sujetos del siglo XXI todavía profesan a las esculturas griegas, artefactos simbólicamente obsoletos en la mayoría de los casos, pero que, sin embargo, siguen encerrando cierto poder inveterado según el cual lo más vulnerable y desprotegido, la carne sin otro tapujo que la blancura del mármol, es también lo que está más próximo a la eternidad; como si, en fin, estos objetos instalados en la región más insigne del olvido, el arte antiguo, tuvieran la capacidad de recordarnos que nuestro único error ha sido olvidar que la vulnerabilidad es el tesoro más insustituible que poseemos.