Si,
como dice Gadamer, la historia es la conversación que somos, ¿qué papel juega
el silencio entre los interlocutores? El conversador trabaja en el espacio de
la mudez, mientras que el comunicador, y aquí pienso en Habermas, es solidario
con lo manifiesto, con lo transmitido y, por ende, con todo cuanto es explícito
por la voz oficial. Ambos son, sin embargo, persuasores. La diferencia estriba
en que aquél persuade eróticamente, y éste, racionalmente. El conversador de la
historia debe ir a corriente de las palabras, sin pese a todo olvidar cuán
tributarias son éstas del silencio.