Desde sus inicios, el pensamiento continental ha establecido que la
ficción es un opúsculo de la realidad y que, por ende, aquélla es una
variante degradada de ésta. Hasta Erich Auerbach, nada o menos que nada
se altera en el predominio de lo dado sobre lo narrado, de manera que
cuando hablamos de ficción, o cuando la misma ficción habla, a menudo
planea sobre el discurso un prejuicio fantasmal, cuando no una moral
envenedada. La narrativa norteamericana, y por tal categoría entiendo
el linaje que va desde Faulkner a Foster Wallace, pasando por Gaddis,
Gass, Barth o Pynchon, ha sido prólija en manifestaciones que
contradicen esta idea. En un cuento de Barthelme, uno de los personajes
dice: "Tradition is the corpse of wisdom", aludiendo inequívocamente a
la vieja guardia del pensamiento europeo; esa tradición que desde hace
un siglo malvive fagocitando sus propias creaciones.
La historia de la ficción norteamericana, sin embargo, es un recuento de formas rechazadas o modificadas por medio de la parodia, el manifiesto, el olvido o el absurdo. Ficción es cometer artificios allí donde la vida se convierte en un cadáver.
La historia de la ficción norteamericana, sin embargo, es un recuento de formas rechazadas o modificadas por medio de la parodia, el manifiesto, el olvido o el absurdo. Ficción es cometer artificios allí donde la vida se convierte en un cadáver.