18 ene 2016

imitar a Dios

En calidad de creador, un artista es mucho más responsable que un padre. 

Y ello porque, en cierto sentido, convertirse en progenitor es un ejercicio de arrogancia, cuando no una de las más abiertas e irresponsables decisiones que un ser humano puede tomar. ¿Quién es aquel capaz de dar la vida sino un monstruoso imitador de Dios; alguien tan espantosamente seguro de sus convicciones que creería posible imponerlas en otra persona, como si éstas fueran un injerto que puede trasplantarse, como si, en fin, la vida pudiera enseñarse tal y como se enseña una operación aritmética o un paso de danza?  

La idea de que en efecto existe una "imagen" y una "semejanza" del género humano en su integridad, y que en virtud de la misma hay quienes pueden actuar con título de profetas, de guías, de precursores, sobre los destinos de otras personas y, por supuesto, a despecho de éstas, es un completo disparate. No me refiero aquí a nada relacionado con los sentimientos de solidaridad y respeto mutuo, sino a la creencia, verdaderamente obstinada, de que un ser humano se conoce lo bastante a sí mismo como para discernir lo bueno y lo malo con respecto a otra persona. 

6 ene 2016

Ser póstumo (en vida)


Así como existen obras y autores destinados a la posteridad, también hay amores que no pertenecen a este mundo, y que sólo cobran sentido en la muerte. Ser póstumo, como observa Vila-Matas, es de todas las formas de venganza la única que puede hacer frente al todopoder del tiempo. El tiempo, en efecto, es ese fatum, ese gesto ingrato que reduce toda expresión de eternidad al más degradante prosaísmo. El arte y el amor son contrarios a la realidad, y repelen el tiempo. Exactamente como la muerte.