29 jul 2015

Estética instagram

La estética, lejos de lo que podría desprenderse del fenómeno Instragram, no es un analgésico. Esta idea, expresada por Adorno con otras palabras hace aproximadamente un siglo, es la perfecta antítesis de la imagen estetizada del mundo contemporáneo. Ahora bien, la "estetización" fue una categoría constitutiva del Círculo de Jena, cuyo contenido podría resumirse en el siguiente aserto, de sobra conocido en la historia del pensamiento y el arte: hacer de la vida un arte y, del arte, una forma de vida. Andando en el tiempo, y con el advenimiento de la tan cacareada postmodernidad, este leitmotiv fue inutilizado, cuando no convertido en un apellido de muy dudosa extracción. 

Pues bien: esta situación, me temo, no ha hecho sino agravarse desde entonces. El embellecimiento irresponsable de la vida se ha convertido en un pasatiempo sobremanera peligroso, y hoy no existe quien pueda prescindir de una rutinaria dosis de sedación estética. De tal modo que los malos sueños de las vanguardias históricas han terminado por transformarse en una apabullante realidad, y nuestro último asidero frente a la alienación, en una forma sumamente perfeccionada de irrealidad. Porque, a fin de cuentas, se trata del ejercicio de la perfección, y de cultivar el desprendimiento allí donde la auténtica realidad se muestra en toda su crudeza. El acomodamiento y la celebración de lo dado no son amigos de la estética, de donde resulta que si ahora nos conformamos con que nuestras vidas sean un objeto de vitrina, una imagen modular y prefabricada como los muebles de IKEA, ello obedece a que hemos dejado de entender el arte. 

No hay tal cosa como una estética de la serenidad, ni en nuestros días ni tampoco, digámoslo así, en la antigua Grecia. El mundo es tan feo como bello, y por cada momento de luz existen otros tantos de sombra. La naturaleza poliédrica y ambigua del mundo posibilita la existencia del arte, y éste no puede dar la espalda a dicha naturaleza. La estética nos enseña a vislumbrar la tempestad dentro de la serenidad, y a desconfiar de las versiones edulcoradas del arte. O dicho, en fin, de otro modo: antes que un dispositivo de adormecimiento, el arte es un despertar utópico.

21 jul 2015

Juego de Tronos: van a acabar todos muertos.

De un tiempo a esta parte, la opinión colectiva de todo signo, ya sea ésta advenediza o más bien especializada, se ha acostumbrado a procurar exagerados elogios a Juego de Tronos, y de esta suerte ha sido que nuestros oídos han vuelto a escuchar la irresponsable música de las revoluciones artísticas. Ahora bien, la "reinvención dramatológica de Shakespeare", como hay quien la ha llegado a denominar, adopta formas muy varias, igual que las apariciones de un dios vacante y delusorio: las nuevas "tragedias de grises", la "diégesis sin clímax" o el "contrapunto de la teoría aristotélica de la catarsis", son sólo algunos de los nombres que algunos críticos con más tiempo libre que ingenio le han dedicado a este interesante fenómeno. Me temo que, en auténtica puridad, Juego de Tronos no es sino una historia de fantasía heroica, bien que con algunas particularidades dignas de destacar dentro del género, que se ha beneficiado de cierto azar cósmico según el cual lo marginal puede ser convertido en mediático siempre y cuando intervenga la proporción adecuada de alquimia social. Por lo que atañe a la literatura en sentido estricto, y bastará con descender a este tema a guisa de observación breve, es obligado apuntar algunas cuestiones. En primer lugar, que los rasgos dramáticos de un relato eviten el maniqueísmo es a buen seguro una virtud, pero no algo innovador, ni aún menos algo insólito entre los grandes nombres de la dramaturgia. En segundo lugar, los caprichos homicidas de George R. R. Martin como confeccionador de historias, por mucho que contravengan el subconsciente disneyficado del espectador medio, tampoco constituyen en sí mismos un desafío narrativo, toda vez que, por efecto de la recurrencia y la arbitrariedad, terminan por convertirse en un mecanismo agonístico como de hecho existen otros. De modo que poco o nada importa si el relato nos sorprende en sus primeros compases porque, andando en el tiempo, será cada vez más fácil adivinar cuál será el escenario futurible de la saga: el desmembramiento de todas las líneas argumentales por las cuales el espectador había abrigado cierta esperanza. O dicho, en fin, de otro modo: con Juego de Tronos no caben los spoilers, porque sabemos de antemano que, en el mejor de los casos, todos los personajes van a acabar desposeídos de sus vidas. Y digo en el mejor de los casos porque, en rigor, es aún más probable que todos acaben muertos. En suma: la aniquilación sistemática de todos los asideros emocionales de un lector, en aras de desmontar los esquemas dramáticos tradicionales, deja de conferir originalidad a la obra desde el momento en que se convierte en aquello contra lo cual quería luchar.