Es
el Fichte de la Grundlage quien, en
el contexto del primer poskantismo, plantea con inequívoca conciencia histórica
el último escalafón de la paroxización de
la primera persona: <<El ser originario del yo consiste en presentarse a sí mismo>>. O dicho
de otro modo: el yo se pone- su
movimiento inherente y generativo es la posición
ante y contra ese mundo del que ansía posesionarse epistemológicamente. Esta
maniobra del sujeto del conocimiento frente al mundo –el contrayo- recibe el
nombre de Tathandlung, germanismo de cierto
linaje etimológico cuyas resonancias aluden inequívocamente a la tradición
metafísica del actus purus.
Ahora
bien, Fichte no es sino un epígono en cierta medida anecdótico en un proceso,
dilatado pero a estas alturas de sobra conocido históricamente, que algunos han
querido asemejar a una campaña militar:
el ejercicio escudriñador de la filosofía siempre acarrea consigo cierta
violencia, de tal modo que, si conocer el objeto implica poseerlo, agotarlo, el conocimiento entendido como
un proyecto emancipador nos aleja paradójicamente del mundo y nos acostumbra
progresivamente a la reificación; nos acostumbra, en definitiva, al tratamiento de lo
cognoscible como mercancía. El yo postulado como contramundo, entonces, tendría como último cometido descifrar
aquello a que hace frente; y el desciframiento es aquí equiparable al desencantamiento,
al aquietamiento poético de todo cuanto está fuera del yo. Por eso, nietzscheanamente,
conocer es a menudo equiparable a un desplazamiento hacia la ajenidad, a cierta
lejanía - o podría incluso decirse que, invirtiendo la expresión de Bataille, allí
donde hay conocimiento desencantado es necesaria una gélida asepsia del ojo.
Cabría,
sin embargo, concebir una línea de argumentación epistemológica que preservase
la naturaleza enigmática –el elemento de
otredad- del hecho: al conocer algo, me hago en cierta medida eso que es
otro que yo, pero todavía siendo yo mismo; hasta el punto de que la propia
demarcación entre sujeto (cognoscente)
y objeto (conocido) resulta imprecisa
y hasta insuficiente, siempre que admitamos una aproximación casi rilkeana -Objekte sprechen- al mundo de los
objetos aprehensibles, en la que no hay propiamente apoderamiento sino, más
bien, una impregnación del objeto en
mí.