21 jul 2015

Juego de Tronos: van a acabar todos muertos.

De un tiempo a esta parte, la opinión colectiva de todo signo, ya sea ésta advenediza o más bien especializada, se ha acostumbrado a procurar exagerados elogios a Juego de Tronos, y de esta suerte ha sido que nuestros oídos han vuelto a escuchar la irresponsable música de las revoluciones artísticas. Ahora bien, la "reinvención dramatológica de Shakespeare", como hay quien la ha llegado a denominar, adopta formas muy varias, igual que las apariciones de un dios vacante y delusorio: las nuevas "tragedias de grises", la "diégesis sin clímax" o el "contrapunto de la teoría aristotélica de la catarsis", son sólo algunos de los nombres que algunos críticos con más tiempo libre que ingenio le han dedicado a este interesante fenómeno. Me temo que, en auténtica puridad, Juego de Tronos no es sino una historia de fantasía heroica, bien que con algunas particularidades dignas de destacar dentro del género, que se ha beneficiado de cierto azar cósmico según el cual lo marginal puede ser convertido en mediático siempre y cuando intervenga la proporción adecuada de alquimia social. Por lo que atañe a la literatura en sentido estricto, y bastará con descender a este tema a guisa de observación breve, es obligado apuntar algunas cuestiones. En primer lugar, que los rasgos dramáticos de un relato eviten el maniqueísmo es a buen seguro una virtud, pero no algo innovador, ni aún menos algo insólito entre los grandes nombres de la dramaturgia. En segundo lugar, los caprichos homicidas de George R. R. Martin como confeccionador de historias, por mucho que contravengan el subconsciente disneyficado del espectador medio, tampoco constituyen en sí mismos un desafío narrativo, toda vez que, por efecto de la recurrencia y la arbitrariedad, terminan por convertirse en un mecanismo agonístico como de hecho existen otros. De modo que poco o nada importa si el relato nos sorprende en sus primeros compases porque, andando en el tiempo, será cada vez más fácil adivinar cuál será el escenario futurible de la saga: el desmembramiento de todas las líneas argumentales por las cuales el espectador había abrigado cierta esperanza. O dicho, en fin, de otro modo: con Juego de Tronos no caben los spoilers, porque sabemos de antemano que, en el mejor de los casos, todos los personajes van a acabar desposeídos de sus vidas. Y digo en el mejor de los casos porque, en rigor, es aún más probable que todos acaben muertos. En suma: la aniquilación sistemática de todos los asideros emocionales de un lector, en aras de desmontar los esquemas dramáticos tradicionales, deja de conferir originalidad a la obra desde el momento en que se convierte en aquello contra lo cual quería luchar.

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