11 nov 2015

El malditismo en The Knick





El malditismo, ese aspaviento tan propio de aquellos que van a contrapelo, los inadaptados; ese gesto entre atildado y desdeñoso que uno no sabría si atribuir a la estupidez o a la genialidad, es algo que no convendría equiparar a otras boutades estéticas del siglo XIX, que no en vano fue prolijo en rebeliones y rupturas, pero también en propuestas que desde antiguo venían proyectando su sombra sobre las mentes de occidente.

La estética romántica, y en este caso los ingleses a buen seguro habrán de ser preponderantes, pivota en torno a la idea del genio; y el genio es ese a quien la inteligencia y la sensibilidad le han sido dadas casi como una maledicente dádiva; ese a quien, por tanto, no le queda otro camino que la autodestrucción. Ahora bien, el principio por el cual un genio busca la propia aniquilación puede explicarse del siguiente modo: la genialidad es el resultado de la obsesión, y ésta es la antesala de la locura; de modo que, así las cosas, el genio ni promueve ni puede ser portavoz de la paz, porque la espiral de su desesperación, que también es la espiral de su talento, dibuja una trayectoria que él mismo ha elegido. 

El protagonista de la serie The Knick, un nuevo ejemplo de las revisiones neo-románticas del victorianismo más oscuro, dice en algún momento de la historia, cuando su adicción a la droga consigue finalmente destruir su vida y su carrera profesional, que su problema no reside en la imposibilidad de abandonar un mal hábito, sino en la ausencia de un deseo legítimo de reforma. Ni puedo, ni quiero dejarlo. 

Existe aquí una muy evidente metonimia entre la adicción a los narcóticos y la tendencia a la obsesión de una mente insaciable. Supongo que, para John Thackery, es preferible morir que vivir fuera de los límites de la obsesión. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario