18 ene 2016

imitar a Dios

En calidad de creador, un artista es mucho más responsable que un padre. 

Y ello porque, en cierto sentido, convertirse en progenitor es un ejercicio de arrogancia, cuando no una de las más abiertas e irresponsables decisiones que un ser humano puede tomar. ¿Quién es aquel capaz de dar la vida sino un monstruoso imitador de Dios; alguien tan espantosamente seguro de sus convicciones que creería posible imponerlas en otra persona, como si éstas fueran un injerto que puede trasplantarse, como si, en fin, la vida pudiera enseñarse tal y como se enseña una operación aritmética o un paso de danza?  

La idea de que en efecto existe una "imagen" y una "semejanza" del género humano en su integridad, y que en virtud de la misma hay quienes pueden actuar con título de profetas, de guías, de precursores, sobre los destinos de otras personas y, por supuesto, a despecho de éstas, es un completo disparate. No me refiero aquí a nada relacionado con los sentimientos de solidaridad y respeto mutuo, sino a la creencia, verdaderamente obstinada, de que un ser humano se conoce lo bastante a sí mismo como para discernir lo bueno y lo malo con respecto a otra persona. 

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