21 ene 2021

Objekte sprechen; conocimiento como apoderamiento

 

Es el Fichte de la Grundlage quien, en el contexto del primer poskantismo, plantea con inequívoca conciencia histórica el último escalafón de la paroxización de la primera persona: <<El ser originario del yo consiste en presentarse a sí mismo>>. O dicho de otro modo: el yo se pone- su movimiento inherente y generativo es la posición ante y contra ese mundo del que ansía posesionarse epistemológicamente. Esta maniobra del sujeto del conocimiento frente al mundo –el contrayo-  recibe el nombre de Tathandlung, germanismo de cierto linaje etimológico cuyas resonancias aluden inequívocamente a la tradición metafísica del actus purus.

Ahora bien, Fichte no es sino un epígono en cierta medida anecdótico en un proceso, dilatado pero a estas alturas de sobra conocido históricamente, que algunos han querido asemejar a una campaña militar: el ejercicio escudriñador de la filosofía siempre acarrea consigo cierta violencia, de tal modo que, si conocer el objeto implica poseerlo, agotarlo, el conocimiento entendido como un proyecto emancipador nos aleja paradójicamente del mundo y nos acostumbra progresivamente a la reificación; nos acostumbra, en definitiva, al tratamiento de lo cognoscible como mercancía. El yo postulado como contramundo, entonces, tendría como último cometido descifrar aquello a que hace frente; y el desciframiento es aquí equiparable al desencantamiento, al aquietamiento poético de todo cuanto está fuera del yo. Por eso, nietzscheanamente, conocer es a menudo equiparable a un desplazamiento hacia la ajenidad, a cierta lejanía - o podría incluso decirse que, invirtiendo la expresión de Bataille, allí donde hay conocimiento desencantado es necesaria una gélida asepsia del ojo.

Cabría, sin embargo, concebir una línea de argumentación epistemológica que preservase la naturaleza enigmática –el elemento de otredad- del hecho: al conocer algo, me hago en cierta medida eso que es otro que yo, pero todavía siendo yo mismo; hasta el punto de que la propia demarcación entre sujeto (cognoscente) y objeto (conocido) resulta imprecisa y hasta insuficiente, siempre que admitamos una aproximación casi rilkeana -Objekte sprechen- al mundo de los objetos aprehensibles, en la que no hay propiamente apoderamiento sino, más bien, una impregnación del objeto en mí.

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