Las reflexiones de Ranciere o Eagleton en atención a
los orígenes ideológicos de la estética, entendida tal cosa como fenómeno en
íntimo arraigo con la política, me infunden no pocas dudas. Bien que por móviles
diversos, ambos autores concurren en una idea común que, por lo demás, nada
tiene de iluminadora. Emancipación y dominación, burguesía revolucionaria tan
pronto como allegada al poder dominante.
Ambos son sobrehaces de la confundible moneda del arte, como en definitiva ya
sabía Schiller. En el último libro de Eagleton, dedicado a la literatura, el
autor se pregunta si acaso un panfleto didáctico no puede encerrar arte, si
acaso no hay cosa como una propaganda que pueda atraer nuestra atención conforme
a motivos estrictamente estéticos. ¿Por qué albergamos animosidad, enconados
prejuicios frente al didactismo? Es claro: el didactismo alecciona, nos enseña
qué debemos pensar, y no que simplemente debemos pensar, sin una orientación
programada de antemano.
De Man y Eagleton dieron hace años pábulo a algunas cuantas conversaciones que mantuve conmigo y que solían igualmente desembocar en suspicacias.
ResponderEliminarLa última frase de esta entrada pone palabras a una idea que me ronda hace semanas. Todo -ismo refiere a la forma de pensar de aquéllos a los que el pensamiento les está vetado -ya sea por flema o incapacidad- y no puede menos que sonar desde fuera como didactismo: un rasgo definitorio del ideólogo, ese gallofero de su particular -ismo, es el prurito del contagio, id est, el didactismo.
No había visto tu comentario, Asier. Gracias por pasar por el blog. Es verdad que, con frecuencia, una corriente de pensamiento empieza a anquilosarse desde el momento en que pasa a ser un -ismo, una ideología.
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