Preferiría
no hacerlo, y sin embargo, es menester que de cuando en cuando haya quien alce
la voz en son de protesta. Hace bien poco, me cayó en suerte asistir a una
conferencia del profesor Patxi Lanceros. Tenemos tanta urgencia por avanzar,
por sumarnos al tren del cambio, que a menudo olvidamos que el futuro puede
hallarse a nuestras espaldas, decía el filósofo. Pues bien: su reflexión ha
acometido mi mente hoy mientras leía un artículo sobre el "escritor"
Tao Lin. Este "adalid del alt-lit" (alternative literature), la rama
hipster de la literatura estadounidense, se ha hecho merecedor de atención por
parte de la crítica desde Robar en America Apparel (2012), novela
generacional que, al decir de muchos, es una lúcida "reflexión sobre el sinsentido
en el siglo XXI". La autora del artículo, Alina Lakitsch, no duda en
comparar a Lin con Samuel Beckett y otros "escritores generacionales"
de indiscutido renombre en la historia de la literatura. Preferiría no hacerlo,
pero no creo que los receptores de la herencia joyceana, autores en muchos
casos afectados por ambas guerras mundiales, puedan compararse con ciertos
jovencitos neoyorquinos que hablan sobre Internet en sus novelas. Si este es el
testimonio generacional que abanderará la nueva literatura, prefiero buscar el
futuro a nuestras espaldas. Prosigue Lakitsch: "Taipéi es el título de su
última novela, que gira alrededor de las drogas, las fiestas que acaban en
vacío y los amores estériles". O dicho, en fin, de otro modo: el enésimo
fraude autobiográfico de un joven que considera que su estúpido malditismo
digital puede arrojar interés para otras personas. Su protagonista es Paul, un
joven escritor que malgasta su tiempo en internet, se atiborra de fármacos y se
rodea de personajes apáticos incapaces de expresar lo que sienten. En
definitiva, la novela de un incomprendido; otra autoalabanza de un duquesito
calavera. El diletantismo y la frivolidad como los nuevos valores de la
intelligentsia. La alegoría de un mundo anómico, donde el amor es un protocolo
ocasional inducido por las drogas. A decir verdad, un motivo sobeteado desde
hace aproximadamente cien años. La diferencia entre Beckett y Lin, y me avergüenza
tener que incidir en esto, radica en que aquél fue testigo del verdadero
sinsentido; el sinsentido que aniquila a las personas y las priva de un
lenguaje emancipador, mientras que éste sólo lo escenifica con propósitos
abiertamente mercantiles. Ya lo decía Brecht, el malestar estético es la
preocupación de quienes no tienen preocupaciones.
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