6 ene 2015

Sobre Echar Raíces, de Simone Weil

“Hay que cambiar el régimen de atención durante las horas de trabajo, la naturaleza de los estímulos que impulsan a vencer la pereza o el agotamiento –estímulos que hoy no son otros que el miedo y los cuartos-, la naturaleza de la obediencia, la componente tan exigua de iniciativa, la habilidad de reflexión requerida de los obreros, la imposibilidad en que se hallan de participar con el pensamiento y el sentimiento en el conjunto de trabajo de la empresa, la ignorancia a veces total del valor, la utilidad social y el destino de las cosas que fabrican, la completa escisión de la vida del trabajo y de la vida familiar.” (pág. 59)



Muchas voces se han alzado recientemente llamando la atención sobre la idea del tiempo mecanizado. La idea, no obstante, posee una larga tradición filosófica a sus espaldas. Y aunque Weil se expresa en este fragmento en clave vagamente marxista, parece posible plegar esta reivindicación a nuestros días. En el fondo, se trata de un principio elemental dentro de los esquemas del ultracapitalismo avanzado: trabajo y enriquecimiento fruitivo están disociados de tal forma que nada de lo uno puede haber en lo otro y viceversa. Éste y aquél, no obstante, son formas paralelas, bien que diferenciadas, de alienación. El trabajo, tal y como es concebido hoy en día, aliena por cuanto nos conduce al tedio existencial, y el ocio por haberse convertido en la forma más degradada de la vaciedad. Trabajamos para atesorar y nos divertimos para olvidar. No hay término medio imaginable. Hemos desaprendido el poder de la vocación, por el cual es posible trabajar realizando los propios anhelos espirituales, hasta el punto en que los deberes se convierten en satisfacciones, y éstas en algo que las trasciende. 

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