El
escarabajo, dechado de lo enigmático cuando menos desde que el mundo es mundo,
desanda las edades apergaminadas de la historia y, por casualidad o forzosidad,
albur o rigor, poco importa, viene a posarse sobre las amarilleadas páginas de
una revista olvidada. Una jaula de diamante sale volando en busca de un colibrí;
las filigranas danzarinas de dos amantes musicalizan el espectáculo del cosmos.
En efecto, las piezas de Paula Presa, de las cuales esta exposición recoge un
acervo parcial, pertenecen al dominio de la ilusión simbólica, o lo que no es menos
cierto, son delicadas ensambladuras (assemblages)
que ponen en consonancia la fijeza de lo real y la volatilidad de lo imaginado,
de tal suerte que sólo tras un reparón escrutinio podría el observador elucidar
si lo visto es consecuencia de una ilusión o la ilusión el fundamento de lo
visto. La imagen artística, parecería sugerirnos la autora, negaría de este
modo la univocidad y propendería en lo tornadizo, en una intervención por así
decir abierta a la reescritura conforme a la cual la historia de las imágenes,
tanto más deparadora cuanto que inducida a la equivocidad, podría ser recontada
y diferida en un eco ora dimanado de lo real ora transido
de ficción.
Los
imaginarios de que se nutren estos collages son heteróclitos, como juntamente
lo son los motivos evocados: la fotografía de época cohabita, bien que de
cuando en vez facetada por gestos adventicios, con elementos telúricos; y
éstos, a su vez, con gestos cuya imprecisable localización alabea de lo arcano
a lo científico sin que, por lo demás, el voto de verosimilitud de la pieza
resulte mermado. En estos casos en los que la imagen, antes que a un agregado
inarticulado, se asimila a la destreza combinatoria del alquimista, parecería
que la autora, en clara reminiscencia a los así llamados “gabinetes de
curiosidades”, tan caros a la fantasía dieciochesca, se hubiera complacido en
la confección de una personal poética del fragmento, y ello de un modo tan
grácil en la manufactura; como si deseara que cuando en el espectador la
perplejidad haya mudado hacia el interés, hasta frisar el grado en que
extrañeza y familiaridad se dan la mano en una indistinguible revelación, a éste
exclusivamente le corresponda juzgar, ya que no concluir, si sus formas de
percepción son o dejan de ser fieles.
La factura de las piezas, por todo cuanto hay en ella de virguería, de primor artesanal, es de una minuciosidad tal que podría ser asemejada a la industria miniaturista del orfebre; quien, lupa y buril en mano, figuraría sobre la materia bruta y sin desbastar los contornos de la memoria y la fantasía. Los antiguos, y sólo en parte ciertos epigonales legatarios, poseyeron el don de la glíptica, vocablo amonedado por los griegos que nuestra lengua, no sin cierta salvedad, podría traducir por “arte de grabación”. Grabar, asimilado aquí a una plasmación icónica, es lo que Paula Presa pretende. Grabar algo insólito, y por qué no, bello, en la trepidante memoria de la visión.
***
Paula Presa (Oviedo, 1986) es
Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca y Máster en
Filosofía y Estética por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente
compagina su producción visual con un doctorado en Estética y Filosofía de las
Artes en la Universidad de Salamanca. Sus investigaciones incardinan el
discurso teórico sobre las artes plásticas y su realización práctica. La
elaboración de una historia de la representación icónica de la mujer trágica se
cuenta entre sus más recientes emprendimientos.
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