Me han encomendado impartir un seminario acerca de
Jeff Wall, y la idea de que la fotografía es siempre un déposito de
narratividad. Hay quienes defienden, sin embargo, la opacidad más acendrada
para la imagen. A tal objeto se parapetan en la archimentada aserción de
Goethe: no teoricen las imágenes, ellas mismas son la doctrina. Como persona
amiga de las narraciones, nunca he podido convenir en este postulado. Lo nuclear de una imagen
es su inevitable remisión a lo otro; su naturaleza de índice y, sobre todo, su
capacidad para poner en entredicho la mismidad de lo real. La imagen
fotográfica, lejos de captural lo real en toda su fijeza, no hace sino
demostrar su carácter de impostura in pectore. La captura de lo real, que de
pronto deviene en un desdoblamiento, equivale a demostrar pues su
reproductibilidad. La imagen es trasunto, copia, artificio y, por ende,
maravilloso engaño. Ésta se autoabastece de significados abiertos y en gran
medida multívocos; no es tanto una cosa bruta y obtusa, impermeable a toda
instancia narrativa, cuanto un dispositivo expansivo, algo que irradia sentido
más allá de sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario