El empecinamiento
clasificatorio de autores como Danto o Dickie despierta mis peores recelos. Uno
pierde sus asideros desde el momento en que el crítico descerraja sus aparatos
analíticos para dar satisfacción a ciertas preguntas llenas de torpeza. El interrogante nuclear de de
la estética analítica es: ¿cómo discernir una obra de arte de un objeto bruto?
Ahora bien, la obsesión por el desciframiento, por la imagen duplicada que
primero imita para de pronto suplantar, ha sido alimento de numerosos libros
equivocados, y otras tantas obras de arte cuya aportación a la historia es
cuando menos dudosa. Pienso en el cuadro-ventana de Magritte, pero también en
las camas de Rauschenberg y Amin. Pienso que, donde hay lugar para falacias de
imputación, como las llama Susan Sontag, también lo habrá para dislates. El
arte repele las descripciones definidas, los criterios de demarcación. Y sin
embargo, Danto, siguiendo aquí a Hegel, parecería propugnar que, si los hechos
no se adaptan a la teoría, peor para ellos.
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