Samuel
Butler, atrás en el tiempo no menos de un siglo, declaraba que la afectación es
el veneno del estilo y que, por tanto, sólo hay algo como buena prosa allí
donde encontramos comedimiento, elipsis, sobriedad. La historia del estilo en
literatura se resuelve en la disputa entre el vernáculo y el mandarín, según la
conocida denominación de Connolly. Nuestra época, sin embargo, es refractaria a
este distingo. A
salvedad hecha de ciertos casos marginales, los autores emergentes de hoy
escriben en un lenguaje hijo del periodismo y el telegrama, aun cuando su mundo
intelectual caiga bajo el signo de una nueva forma de erudición descontrolada.
O dicho, en fin, de otro modo: la escritura de hoy es menos un lenguaje integrado
que un efecto concomitante y sobrevenido. Esto es tanto como decir que quienes
hoy escriben lo hacen condicionados por variables extrañas a la literatura
misma. No faltarán quienes piensen que esta afirmación es una perogrullada,
dado que desde siempre ha acontecido que la época es el condicionamiento, y el
lenguaje todo cuanto es posible dentro de él. La escritura, pues, no hace sino
acomodarse al tiempo linguístico que le corresponde. Y, merced a esta lógica,
los vaivenes del tiempo no irían en desmedro de ella, ya que siempre hay lugar
para la creatividad, incluso en el reducido espacio de un tweet. Ahora bien, la
idea de que la expresividad no se depaupera, sino que sólamente se transforma,
es harto engañosa. Los cambios nunca son inocuos, y así como la economía vira
hacia la austeridad y la pobreza, también puede hacerlo el lenguaje. Cabe,
además, impugnar el anterior razonamiento por otros motivos. No es claro que
siempre se escriba con arreglo a lo que la época dicta. A menudo sucede lo
opuesto: un lenguaje, un estilo, configura una época. Mucho me temo que la
dificultad para dirimir esta cuestión se halle en este punto indeterminado.
Hemos descuidado las palabras a merced del tiempo, y ahora somos ayunos de
ellas hasta el punto de no poder dominar dicho tiempo.
La ruina del mandarinismo literario consiste en que sus profanadores no tienen nada con que construir luego de la destrucción.
La ruina del mandarinismo literario consiste en que sus profanadores no tienen nada con que construir luego de la destrucción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario