En calidad de ironista, Cervantes no halla paralelo
en toda la historia de la creación. Y por una tan confundente locución de
ideas, historia y creación, no entiendo sino el relato de los relatos, la
crónica de las narraciones. Schlegel declara que el ejercicio irónico es
equivalente a seguir los meandros de una parábasis permanente, es decir, a
relatar cabe el relato. Pero verosímilmente principiemos por el origen. Las trazas de
Sócrates, sean estas ilusorias o más bien veraces, son difíciles de registrar.
He aquí el por qué maravilloso del asunto: Sócrates, en la voz de Platón, deja
de ser irónico, y sin embargo, nunca lo es más cuando se le deja al arbitrio
confuso de la ficción. O dicho, en fin, de otro modo: la ficción que en efecto
dimana de la maniobra ficcional de Platón, y que la posteridad ha dado
comúnmente en llamar Sócrates, es tanto más irónica cuanto que Platón
desaparece. De aquí que yo siempre haya preferido el socratismo de Aristófanes
al platónico. Porque los humoristas, el eslabón primitivo en el linaje de la
ironía, siempre permiten que el humor hable, mientras ellos callan. En lo
atañedero al humor en literatura, esta breve entrada no podría reputarse
completa a menos que aluda al paradigma del ingenio ilustrado. Son legión
quienes abrigar la equivocada idea de que la Ilustración fue época parva en el
capítulo de la farsa. Pues bien: tal cosa está sobradamente lejos de ser
cierta. Farcescos como pocos otros fueron Swift, Sterne o el propio Voltaire.
Tal vez la gran filosofía haya errado la mirada en su búsqueda de una
continuación al proyecto ilustrado. La hipertrofia de la razón que se piensa a
sí misma encuentra su necesario contrapunto en el humor ilustrado. El
continuismo de la Ilustración será volteriano o no será.
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